Hoy me desperté con una energía renovada, con ganas de mover el cuerpo, de sentirme fuerte, de cuidar de mí misma. Y es que, seamos honestas, después de semanas de mudanza, de comer pizza a domicilio y tomar vino barato mientras desempacaba cajas, mi cuerpo pedía a gritos un poco de atención. No es que me haya transformado completamente, pero la ropa me queda un poco más ajustada de lo normal, y mi energía está por el piso. Durante mucho tiempo, he descuidado mi cuerpo, enfocándome en las responsabilidades, en el trabajo, en los demás. He comido mal, he dormido poco, he hecho poco ejercicio… y mi cuerpo, ese fiel compañero que me ha acompañado en todas mis aventuras (y desventuras), me ha pasado factura. La verdad es que me siento cansada, con poca energía, con dolores musculares que aparecen como por arte de magia después de subir un par de escaleras, y con algunos kilos de más que se niegan a desaparecer a pesar de mis esfuerzos por ignorarlos. Y me doy cuenta de que ha llegado el momento de tomar acción, de empezar a tratar mi cuerpo como el templo sagrado que es o al menos, como un Airbnb decente que hay que mantener en buen estado. Así que hoy decidí que voy a empezar una nueva rutina de ejercicios. Me apuntaré a un gimnasio cerca de mi nuevo apartamento en West Hollywood, y contrataré a un entrenador personal que me ayudará a ponerme en forma. Lo bueno es que aquí en Los Ángeles todo el mundo está obsesionado con el fitness, así que no me sentiré como extraterrestre en el gimnasio. Ya sé que al principio me costará horrores. Mi cuerpo está oxidado, mis músculos adoloridos, y mi coordinación brilla por su ausencia. Pero poco a poco iré recuperando la fuerza, la resistencia, la flexibilidad. Y empezaré a disfrutar del movimiento, de la sensación de estar viva, de superar mis propios límites. Hasta me compré un conjunto deportivo nuevo, de esos que te hacen sentir como una diosa del fitness, aunque en realidad parecerá que estoy a punto de desmayarme en la cinta de correr. También he decidido cambiar mi alimentación. Comenzaré por eliminar la comida chatarra, los refrescos, los dulces (bueno, casi todos los dulces, porque no puedo resistirme a un buen chocolate de vez en cuando), e iré incorporando más frutas, verduras, granos integrales, y proteínas magras. No he empezado y ya me imagino como extrañaré el sabor dulce, la comida rápida, la comodidad de pedir comida a domicilio. Pero a medida que vaya experimentando los beneficios de una alimentación saludable, me iré motivando cada vez más, lo sé. Me sentiré más ligera, con más energía, con mejor humor. Y mi piel, mi cabello, mis uñas… todo se verá mejor. Hasta las ojeras parecerán menos pronunciadas.
Hoy me desperté con una energía renovada, con ganas
de mover el cuerpo, de sentirme fuerte, de cuidar de mí
misma. Y es que, seamos honestas, después de
semanas de mudanza, de comer pizza a domicilio y
tomar vino barato mientras desempacaba cajas, mi
cuerpo pedía a gritos un poco de atención. No es que
me haya transformado completamente, pero la ropa
me queda un poco más ajustada de lo normal, y mi
energía está por el piso.
Durante mucho tiempo, he descuidado mi cuerpo,
enfocándome en las responsabilidades, en el trabajo,
en los demás. He comido mal, he dormido poco, he
hecho poco ejercicio… y mi cuerpo, ese fiel compañero
que me ha acompañado en todas mis aventuras (y
desventuras), me ha pasado factura.
La verdad es que me siento cansada, con poca energía,
con dolores musculares que aparecen como por arte de
magia después de subir un par de escaleras, y con
algunos kilos de más que se niegan a desaparecer a
pesar de mis esfuerzos por ignorarlos. Y me doy cuenta
de que ha llegado el momento de tomar acción, de
empezar a tratar mi cuerpo como el templo sagrado
que es o al menos, como un Airbnb decente que hay que mantener en buen estado
.
Así que hoy decidí que voy a empezar una nueva rutina
de ejercicios. Me apuntaré a un gimnasio cerca de mi
nuevo apartamento en West Hollywood, y contrataré a
un entrenador personal que me ayudará a ponerme en
forma. Lo bueno es que aquí en Los Ángeles todo el
mundo está obsesionado con el fitness, así que no me
sentiré como extraterrestre en el gimnasio.
Ya sé que al principio me costará horrores. Mi cuerpo
está oxidado, mis músculos adoloridos, y mi
coordinación brilla por su ausencia. Pero poco a poco
iré recuperando la fuerza, la resistencia, la flexibilidad.
Y empezaré a disfrutar del movimiento, de la sensación
de estar viva, de superar mis propios límites. Hasta me
compré un conjunto deportivo nuevo, de esos que te
hacen sentir como una diosa del fitness, aunque en
realidad parecerá que estoy a punto de desmayarme
en la cinta de correr.
También he decidido cambiar mi alimentación.
Comenzaré por eliminar la comida chatarra, los
refrescos, los dulces (bueno, casi todos los dulces,
porque no puedo resistirme a un buen chocolate de vez
en cuando), e iré incorporando más frutas, verduras,
granos integrales, y proteínas magras.
No he empezado y ya me imagino como extrañaré el
sabor dulce, la comida rápida, la comodidad de pedir
comida a domicilio. Pero a medida que vaya
experimentando los beneficios de una alimentación
saludable, me iré motivando cada vez más, lo sé.
Me sentiré más ligera, con más energía, con mejor humor. Y mi piel, mi cabello, mis uñas… todo se verá mejor. Hasta las ojeras parecerán menos pronunciadas.