Parte 2 Aceptación
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2024
Capítulo 6 Abrazar Mis Sombras Bailar Con Mis Demonios
Hoy me tocó enfrentarme a uno de mis mayores demonios: mi inseguridad física. Tenía una cita con Alejandro, y me pasé horas frente al espejo probándome ropa, maquillándome, peinándome… y nada me parecía suficiente.
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Me veo en el espejo y me critico sin piedad: las ojeras, las arrugas que empiezan a asomarse alrededor de mis ojos, las estrías que me dejó el embarazo de Isabella, la celulitis que se niega a desaparecer a pesar de las cremas y los masajes… ¿Cómo puedo pretender que Alejandro, un hombre que ha recorrido el mundo y ha conocido mujeres hermosas, se fije en mí con este cuerpo de madre soltera y treintañera?
Sé que es una estupidez, que la belleza está en el interior, bla bla bla… pero no puedo evitar sentirme insegura, especialmente cuando estoy cerca de mujeres más jóvenes y atractivas, como la barista del Starbucks que me atendió esta mañana, con su piel perfecta, su cuerpo escultural y su sonrisa deslumbrante. Y es que la sociedad nos bombardea con imágenes de perfección femenina que son imposibles de alcanzar. Modelos flaquísimas, actrices con cirugías plásticas, influencers con filtros de Instagram… Todo está diseñado para hacernos sentir inadecuadas, incompletas, feas.
Como si nuestra valía dependiera únicamente de nuestra apariencia física. He luchado contra mi inseguridad física durante años, he hecho dietas, he ido al gimnasio, me he comprado ropa que disimule lo que no me gusta… pero nada parece funcionar. La inseguridad sigue ahí, como una sombra que me persigue, susurrándome al oído que no soy lo suficientemente buena, que no soy lo suficientemente bonita, que no soy lo suficientemente deseable. Es que se supone que vengo del país con la mujeres más bellas del mundo, y no puedo sentirme más alejada de esa realidad.
Pero hoy me cayó la locha, y entendí tantas cosas al mismo tiempo que parecía una revelación. Mientras leía las "Meditaciones" de Marco Aurelio, me encontré con una frase que me impactó: "La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos". Y, después de darle vueltas una y otra vez a la frase, me di cuenta de que mis pensamientos nocivos y despectivos sobre mi cuerpo estaban saboteando mi felicidad, mi confianza, mi autoestima.
En lugar de luchar contra mis inseguridades, decidí abrazarlas, o al menos comenzar a hacerlo, hacerme consciente de cómo me hablo. Aceptarlas como parte de mí, de mi historia, de mi experiencia de vida. Son las cicatrices de mis batallas, las marcas de mi vulnerabilidad, los recordatorios de que soy humana, imperfecta, y aun así, bella y valiosa.
Mi cuerpo es el mapa de mi vida, cada estría cuenta una historia, cada arruga es un testimonio de mis risas y mis lágrimas. Es el cuerpo que me ha permitido traer al mundo a mi hija, el cuerpo que me ha dado placer, el cuerpo que me ha acompañado en todas mis aventuras. Y merezco amarlo y respetarlo, tal como es.
En ese momento, y aunque suene mágico místico misterioso, sentí una liberación increíble. Dar lugar a quien lugar merece. Fue como si me quitara un peso de encima, como si me permitiera ser yo misma, con mis luces y mis sombras. Y me di cuenta de que la verdadera belleza no está en la perfección, sino en la autenticidad, en la aceptación, en el amor propio. (suena cliché, pero es literal)
Así que hoy decidí sacar a bailar a mis demonios, los miré a los ojos, les guiñé uno, y les dije: "Aquí estoy, esta soy yo, con todo lo que soy. Y aunque no siempre me gusta, aunque hay días como hoy que no me soporto, también hay días que me encanto, que me río de mi, que me la gozo, que me bailo, me celebro, me disfruto. Y me amo así, con mi sonrisa pícara, mis imperfecciones, mi guaguancó, y mi todo".
Y cuando me encontré con Alejandro esa noche, me sentí más segura, más radiante, más yo que nunca. No llevaba el vestido más ajustado ni el maquillaje más sofisticado, pero llevaba una sonrisa genuina, una mirada llena de confianza, y un conjunto de encaje muy mi amorsh. Y eso, al parecer, fue suficiente para cautivarlo.
La noche fue mágica y deliciosa. Cenamos en un restaurante italiano con música en vivo, bailamos, reímos, nos besamos… Y por un momento, olvidé mis inseguridades, mis miedos, mis dudas. Me dejé llevar por la magia del momento, por la conexión que sentía con Alejandro, por la alegría de estar viva.
Y cuando regresé a casa esa noche, me miré al espejo con una nueva perspectiva. Ya no veía las ojeras, las arrugas, las estrías, la celulitis. Veía a una mujer hermosa, sexy, fuerte, valiente, que había aprendido a amar y aceptar su cuerpo tal como es, aunque sé que es un trabajo de todos los días. Hoy veía a una mujer apoteósicamente fantástica.
La nueva perspectiva sobre mi cuerpo no se limitó a la cita con Alejandro. Se expandió a otros aspectos de mi vida. En el trabajo, por ejemplo, noté que me importaba menos lo que pensaran los demás de mi apariencia. Ya no me preocupaba por esconder mis estrías bajo muchas capas de ropa o por disimular mis ojeras con kilos de maquillaje. Me sentía cómoda en mi propia piel, y eso se reflejaba en mi actitud, en mi lenguaje corporal, en mi forma de interactuar con los demás.
Incluso Mr. Miller, mi jefe insoportable, pareció notarlo. Un día, mientras revisábamos un informe de ventas, me dijo:
—Fannia, te veo diferente últimamente. Más segura de ti misma, más radiante. ¿Ha pasado algo?
Me sorprendió su comentario, pero también me alegró.
—No, nada en especial —respondí con una sonrisa—. Simplemente me siento bien.
Y era verdad. Me sentía bien conmigo misma, con mi cuerpo, con mi vida.
Estaba aprendiendo a aceptar mis sombras, a bailar con mis demonios, a quererme tal como soy.
Este cambio de mentalidad también tuvo un impacto positivo en mi relación con Isabella. Siempre había tratado de inculcarle la importancia del amor propio y la aceptación, pero ahora podía hacerlo desde un lugar más auténtico, más genuino, desde el ejemplo.
Un día, mientras la ayudaba a prepararse para ir al colegio, la vi mirándose al espejo con un gesto de desaprobación.
—¿Qué pasa, mi amor? —le pregunté.
—No me gusta mi pelo —respondió ella, con un puchero—. Es muy rizado y rebelde.
—Pero tu pelo es precioso —le aseguré, acariciándole los rulos—. Es como una corona de princesa.
—Mamá, ya no tengo 4 años, además las princesas tienen el pelo liso y rubio —dijo ella, con un suspiro.
—No todas las princesas —le respondí, sonriendo—. Hay princesas de todos los colores y de todos los estilos. Lo importante es que te sientas cómoda y segura contigo misma. Y tú eres una princesa hermosa no importa la edad que tengas, tal como eres.
Isabella me miró con sus grandes ojos marrones, y una sonrisa iluminó su rostro.
—Gracias, mamá —me dijo, dándome un abrazo.
En ese momento, me di cuenta que mi ejemplo era la mejor forma de enseñarle a mi hija a quererse a sí misma.
Si yo me aceptaba y me amaba tal como era, ella también aprendería a hacerlo.
Y así, poco a poco, fui creando una nueva realidad para mí misma. Una realidad donde mi cuerpo ya no era un enemigo, sino un aliado. Una realidad donde la belleza no era una cuestión de perfección, sino de autenticidad. Una realidad donde me sentía apoteósicamente fantástica, por dentro y por fuera.
Para ti
Apoteósica
⦿ Identifica tus principales inseguridades físicas o emocionales
⦿ Escribe una carta a tu yo inseguro, expresándole compasión y aceptación
⦿ Haz una lista de tus cualidades y fortalezas
⦿ Practica la autoafirmación positiva, mirándote al espejo y diciéndote cosas bonitas.
#apoteósicamentefantástica